domingo, 9 de octubre de 2016

Sombras en un mundo fantasma

Caminar de noche por las calles desiertas nunca fue divertido, pero en este tiempo tampoco es que importe mucho. Una ciudad fantasma, con solo algunos recuerdos de su majestuosidad, como un anciano con alzhéimer, que solo ve lo que le permite su mente. Tierra en el aire, levantadas por cada paso que doy, rodeándome y manchándome la coraza. Suerte que ya no tengo que respirar, que no oleré la devastación de la guerra, su destrucción, su hedor. Giro la segunda a la derecha, rodeando el parque, después sigo recto por el paseo principal y por fin llego, mi hogar, aunque ya no se puede considerar un hogar. La casa que una vez fue bella, ahora es un amasijo de piedras y hierros retorcidos, sobresaliendo de forma desordenada de la tierra, como la casa vecina, y la otra y la otra… el barrio más rico y hermoso de la ciudad, reducido a cenizas y polvo,
 por una guerra que no pertenecía a sus gentes. Observando y recordando una vida pasada que no me pertenece ya. Las pérdidas, que no fueron pocas, un hermano, un padre, una madre, un perro llamado Boby; pero yo, perdí mucho más que eso, perdí más que mi vida, perdí mi cuerpo. Encerrado en una mole de metal, que solo son tubos y tuercas, rellenando huecos donde una vez hubo carne, puedo sentir más que cuando podía considerarme humano, puedo ver lo que esa humanidad le hizo a este mundo, el antes y el después, la enfermedad terminal que éramos. Una conciencia en una maquina, una conciencia humana y a la vez tan artificial, que irónico es estar muerto y no querer estar vivo. Los tornillos no pueden sentir el dolor de la perdida, pero una mente no necesita cuerpo para sufrir, no necesita cuerpo para llorar, no necesita cuerpo para sangrar. Me arrodillo y dejo caer mi carga, una delicada semilla, pequeña y sin brillo, que tal vez no sobreviva, pero unida a mí y a esta tierra por una horrible promesa. De rodillas y levantando los brazos al cielo, grito, con una voz metálica en ningún idioma, maldiciendo y haciendo temblar a la luna, la única fiel observadora que queda en pie, pues yo solo soy un recuerdo más de la ciudad fantasma.

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