—
Alelito, alelito ¿dode está?
—
Aquí estoy mi ratoncillo – le decía su
abuelo sentado al otro lado de la mesa
Sobresaltado, se le
cayó su pequeño coche de carreras de las manos, el regalo más reciente y
preciado que le había regalado su abuelo
—
¿Po e…po que no viene tato po la casa?
El abuelo aguardo
un
minuto antes de contestar, en su cara denotaba preocupación, hacia ya dos
semanas que no iba a verlo. Había crecido mucho en muy poco tiempo, pero seguía
siendo el mismo ratoncito de siempre, el de sus ojos, azul cielo y su pelo
cobrizo
—
Mi ratoncito — suspiro, aun sin saber
muy bien como continuar — sabes que ya no puedo estar todo el día aquí
—
Pelo, ate si estaba
—
Las cosas cambia, ya lo entenderás cuando
seas grande
—
Ya soy gande — le grito airado
—
Lo sé, lo sé — dijo con dulzura mientras
sonreía
Sabía que cuando se
enfadaba, era imposible razonar con él, lo echaba tanto de menos
—
Intentaré venir mas a verte, ¿vale?
Se quedo mirándolo, en los
ojos solo había pena. Sollozando se levanto de su silla y se dirigió hacia
donde estaba su abuelo, rodeando la mesa a grandes zancadas, tan rápido como se
lo permitían sus pequeñas piernas
—
No — comenzó el niño— quielo que esté siemple… siemple aquí
Cayó de rodillas y se
abrazo con fuerza a sus piernas, limpiándose las lagrimas en su pantalón, que
derramaba con más fuerza entre respiración pausada y ronca. El abuelo, cada vez
más conmovido, empezó a acariciar el pelo, mirándolo, pensando en todo lo que podría
haber hecho con él, pero ya no podía
—
Si es lo que quieres, así será — le
levanto la cabeza con cuidado de sus piernas, y le miro a los ojos — te lo
prometo, estaré siempre a tu lado, pero prométeme, que nunca me olvidaras — titubeo
un segundo, pero finalmente asintió, sonrió y prosiguió— Ahora cierra los ojos
mi pequeño — y con un sueve roce, le beso en la frente
Obediente, cerró los
ojos con fuerza. Cuando los abrió de nuevo, ya no estaba en la cocina, sino en
la cama, abrazado a su oso de peluche, empapado ahora en lágrimas. Se incorporo
y recorrió con la mirada su cuarto, confuso. No veía a su abuelo, pero sin
comprender muy bien como, sabía que estaba allí, sentado en la mecedora de su
cuarto, donde siempre le contaba sus historias y lo protegía de la oscuridad
por las noches. Nunca lo abandonaría, porque su abuelito siempre cumplía sus
promesas.
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